LA PARRA DE UVAS Y LA MUERTE (San Antonio La Paz):
En San Antonio La Paz, los cuentos en
los que la muerte es el protagonista principal, tienen mucha aceptación entre
la población de la comarca. Así, don Francisco Barrientos narra el cuento de
"La Parra de Uvas y la Muerte". Don Francisco afirma que había un
anciano que tenía como toda fortuna doce centavos, con los que compró tres
panes blancos, ya que se encontraba muy hambriento. Pronto apareció un niño
quien le pidió un pan, el hombre se lo dio de buena gana. Luego, regaló su
segundo pan a una vieja y el tercero a otro anciano. Viendo que se habían
terminado sus panes, el señor se disponía a buscar raíces para comer, cuando se
le apareció el anciano a quien le había obsequiado un pan. Este anciano le
regaló el costal de los deseos. Con este costal el hombre pudo comerse un
canasto de quezadillas y pescados fritos.
El niño, a quien él también había dado
un pan, lo gratificó concediéndole una mágica parra de uvas que tenía la virtud
de que aquél que se subiera en ella no podría bajarse.
Por último, la vieja le concedió vida
eterna, o, bien, tener el privilegio de morirse en el momento deseado. Al
tiempo, el diablo y San Pedro discutían porque el primero quería llevarse al
anciano a los infiernos y el segundo deseaba que siguiera viviendo. Entonces el
diablo bajó a la tierra a traer al anciano; en seguida éste ordenó al costal
encerrarlo. Cuando el diablo estuvo encerrado, el anciano le dio tal apaleada
que ya no le dieron ganas de regresar y se quedó en el infierno.
Luego, la muerte decidió llevarse al
anciano; llegó a su casa, tocó a la puerta e informó que llegaba a traerle. El
anciano entonces dejó pasar a la muerte y la invitó a comer uvas. Cuando la
muerte se subió a la parra y después quizo bajar, ya no pudo y así el mundo
pasó sin muertos durante algún tiempo. Al fin el anciano dejó bajar a la muerte
y ésta se fue.
Pasaron los años y el anciano deseó
morirse, entonces bajó al infierno y el diablo al reconocerlo no le dejó
entrar. Entonces se fue al cielo con San Pedro, quien tampoco lo dejó pasar,
pues había dejado a la muerte atrapada años antes. Entonces el anciano se
dirigió al Padre Eterno quien si le dejó entrar a la gloria, ya que ese hombre
le había dado pan en la tierra.
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