Aunque el término leyenda surgió de la
práctica de las lecturas piadosas de los monasterios medioevales, su acepción
actual se formó en el siglo XIX. Se ensayará aquí la identificación de las
características de la leyenda por comparación con el cuento, la anécdota, la novela
y el mito.
LA SIGUAMONTA (Leyenda de Sanarate):
A finales del Siglo XIX y durante la
primera mitad del siglo XX, la capital guatemalteca se expande y crece más allá
de los barrancos que la rodeaban y habían mantenido hasta cierto punto
contenida en lo que hoy son las zonas céntricas de la ciudad. Este crecimiento
trae consigo horripilantes sucesos y surge así la leyenda de la Siguamonta…
Muchos confunden a la Siguamonta con la
Siguanaba, primero por el obvio parecido en los nombres, y también porque ambos
nefastos personajes suelen atraer a sus víctimas a sus muertes, aunque se valen
para ello de estrategias muy distintas, dirigidas contra una presa en especial:
mientras la Siguanaba atrae a los hombres mujeriegos, la Siguamonta hace lo
propio con los niños curiosos y desobedientes.
Y es que a principios del siglo pasado,
la ciudad no era para nada ruidosa –al menos no comparada con el ensordecedor
bullicio de estos días- y la rodeaban verdes barrancos repletos de vegetación y
animales. A falta de suficientes puentes y caminos, los habitantes solían
atravesar los barrancos para acortar las distancias entre una y otra zona. Es
durante estos cortos trayectos entre los matorrales que empezaron a suceder
cosas horribles, pues varias personas ya no volvían a casa, solo para ser
encontrados muertas algunas horas o incluso días después. Muchas de las
víctimas eran niños que presentaban múltiples heridas, pero no era claro si
esos golpes habrían sido propiciados por algún adulto o por el contrario los
habrían sufrido al caer por el barranco.
La teoría más aceptada era que en los
barrancos de la ciudad se escondían peligrosos y desalmados bandoleros que
aprovechaban para asaltar y despojar de sus pertenencias a quienes se
aventuraban a ingresar en sus profundidades con la esperanza de ganar algunas
horas en su recorrido.
La mayoría de padres de familia
prohibiría a los niños acercarse a los barrancos, pero su naturaleza rebelde y
curiosa los obligaba en muchos casos a desobedecer, formando pequeños grupos
para sentirse más seguros al momento de ingresar al barranco a investigar. En
una ocasión, uno de estos grupos formado por 5 niños entre los 8 y 13 años de
edad, bajó por el barranco del barrio Gerona que separa las zonas 1 y 5 de la
capital para realizar su habitual recorrido de 2 horas. Eran aproximadamente
las 4 de la tarde y los niños ya casi terminaban su recorrido, cuando
escucharon el peculiar silbido de un pajarito:
“Tutuiiit! Tutuiiit! Tutuiiit!”
Al no poder ver al ave que producía tan
simpático sonido, los 2 chicos mayores de 12 y 13 años decidieron ir a
investigar, avanzando algunos pasos. Cuando los chicos caminaban el ave no
producía ningún sonido, y cuando paraban repetía su silbido, como llamándolos:
“Tutuiit! Tutuiiit!”. Los chicos se alejaban cada vez más de los pequeños de 8
y 10 años, quienes los llamaban a gritos para que no siguieran y que no los
dejaran solos. En vano. Los chicos desaparecieron detrás de unos arbustos y
luego solo se escucharon sus gritos que se tragaban las profundidades del
barranco para terminar en un silencio sepulcral.
Y entonces, nuevamente el silbido:
“Tutuiit! Tutuiiit!” esta vez muy cerca de los pequeños, que alcanzaron a ver
al pequeño pajarillo que parecía de oro al reflejar los últimos rayos del sol
de esa tarde. Espantados, los chiquillos corrieron fuera del barranco llorando
y pegando de gritos de terror y de auxilio.
Algunos adultos que regresaban de sus
faenas diarias los detuvieron y tras tranquilizarlos escucharon incrédulos la
historia que les contaban, pero al notar la ausencia de los mayores de 12 y 13
años organizaron un grupo de búsqueda y rescate. Sus esfuerzos fueron
infructuosos debido a la caída de la noche, pero muchos hombres dijeron haber escuchado
los silbidos a través del monte y algunos incluso dijeron haber visto unos ojos
brillantes que los observaban entre los arbustos. Entre ellos, estaba un
dominicano que huyó despavorido al sugerir que se trataba de la Ciguapa, un
fantasma que vive en cavernas y montes de aquella isla y baja a los ríos en
busca de afecto y protección.
No fue sino hasta al día siguiente que
pudieron encontrar los cuerpos de los niños. Es así como de la fusión de la
historia del pajarito visto por los niños y de la Ciguapa sugerida por el
dominicano surge la Siguamonta en el imaginario popular, como un ave
endemoniado dorado y de simpatiquísimo
cantar que atrae a los niños curiosos y desobedientes hasta su muerte.
La historia de la Siguamonta recorrería
toda la ciudad de Guatemala y sería transformada en incontables versiones por
padres angustiados que buscaban la manera de mantener a los niños lejos de los
barrancos.
Hoy en día, aún hay quienes creen en la
Siguamonta principalmente en el interior del país, y sugieren que al escuchar
el cantar de un pajarito deben ignorarlo y proseguir su camino para evitar caer
en su encantamiento potencialmente fatal.
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