Había una vez un
guerrero valiente y apuesto.
Amaba la caza y
así, con frecuencia, iba por los bosques persiguiendo animales. En una de sus
cacerías llegó junto a un lago y, lleno de asombro, contempló a una mujer
bellísima que bogaba en una canoa. El guerrero quedó tan enamorado que, muchas
veces, volvió al lugar con el ánimo de verla pero fue inútil, pues, ante sus
ojos, sólo brillaron las aguas del lago. Entonces pidió consejo a una
hechicera, la cual le dijo:
No la verás nunca más, a menos que aceptes
convertirte en palomo.
¡Sólo quiero verla otra vez!
Si te vuelves palomo jamás recuperarás tu forma
humana.
¡Sólo quiero volverla a ver!
Si así lo deseas, hágase tu voluntad.
Y la hechicera le
clavó en el cuello una espina y en el acto el joven se convirtió en palomo.
Este levantó el vuelo y fue al lago y se posó en una rama y al poco rato vio a
la mujer y, sin poderse contener, se echó a sus pies y le hizo mil arrumacos.
Entonces la mujer lo tomó entre sus manos y, al acariciarlo, le quitó la espina
que tenía clavada en el cuello. ¡Nunca lo hubiera hecho, pues el palomo inclinó
la cabeza y cayó muerto! Al ver esto, la mujer, desesperada, se hundió en el
cuello la misma espina y se convirtió en paloma. Y desde aquel día llora la
muerte de su palomo.
EL HOMBRE QUE VENDIÓ SU ALMA:
Invocó a Kizín y
cuando los tuvo delante le dijo lo que quería. A Kizín
le agradó la idea de llevarse el alma de un hombre bueno.
A cambio de su alma el hombre pidió
siete cosas una para cada día. Para el primer día quiso dinero y en seguida se
vio con los bolsillos llenos de oro. Para el segundo quiso salud y la tuvo
perfecta. Para el tercero quiso comida y comió hasta reventar. Para el cuarto
quiso mujeres y lo rodearon las más hermosas. Para el quinto quiso poder y
vivió como un cacique. Para el sexto quiso viajar y, en un abrir y cerrar de
ojos, estuvo en mil lugares.
Kizín le dijo entonces:
Ahora ¿qué quieres? Piensa en que es el último día.
Ahora sólo quiero satisfacer un capricho.
Dímelo y te lo concederé.
Quiero que laves estos frijolitos negros que tengo, hasta que se
vuelvan blancos.
Eso es fácil dijo Kizín.
Y se puso a lavarlos, pero como no se
blanqueaban, pensó: "Este hombre me ha engañado y perdí un alma. Para que
esto no me vuelva a suceder, de hoy en adelante habrá frijoles negros, blancos,
amarillos y rojos".
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