EL JINETE DE SAN JUAN DE LAS FLORES Y SU MULA PARDA
“ESTA HISTORIA ES VERDAD… Y AL CONTARLA
SATISFACCIÓN A MÍ ME DA”
Sucedió en la época del año de 1950,
cuando emprendió el viaje de las partes altas de las llanuras de Montepeque,
parte sur de Sanarate, el hombre de unos 20 años de edad y de 1.78 metros de
estatura. Tenía la tez blanca quemada por los fuertes rayos del sol, con
sombrero de petate montando en una mula de color pardo que mostraba en su
cansado caminar, vieja, sorda y mal herrada. En las alforjas de su montura
traía “pishtones” y tascal (pan de elote), venía acompañado de un viejo corvo
colgando de la cintura.
Tecomate para el agua no usaba ya que a
cada paso del camino se cruzaban los riachuelos cristalinos. Bajando lentamente
hacia el pueblo por aquel camino escabroso encontró a dos jóvenes de entre 10 y
15 años, con camisas y pantalones de manta, caites de hule de llanta. El mayor
se llamaba Fabio y el hermano menor Francisco, llevaban un manojo de leña sobre
su espalda y su perro color negro que los acompañaba. Y lo saludaron así:
—Buenos días don, que Dios lo acompañe.
Continuó bajando el empinado camino sin
darse cuenta que la mula “cojeaba” porque había perdido un herraje de la pata
derecha. En cada lado del camino a 25 metros enfilaban coyotes hambrientos y le
“aullaban”, pero le valió que dicha mula era sorda y no escuchó a los coyotes,
porque de lo contrario sale disparada, el jinete cae y esta sería otra
historia.
Siguió bajando entre aquellos peñascos,
poco a poco llegó a una aldea de diez casuchas elaboradas de bajareque llamada
San Juan de Las Flores. Una señorita de 17 años, usaba vestido largo color
blanco de manta, descalza, tez blanca y grandes ojos avellanados, vio al jinete
que se acercaba y lo reconoció. Enseguida salió corriendo gritando en las
casas:
—¡¡Vino Tiburcio!!... —¡¡Vino
Tiburcio!!...
Rápidamente se aglomeró la gente para
saludarlo, y entre el grupo de personas estaba Félix Marroquín, Cushpun y
Califuro, que casualmente andaban por allí comprando coches (cerdos), pero no
encontraron. Lo que sí consiguieron fue un galón de “Cusha” cada uno. Félix con
su risa y mirada picaresca invitaba a Tiburcio para que se bajara de la mula y
que se echaran un trago. Tiburcio se encontraba entusiasmado después que un
pariente que le llamaban “Peto”, le comentó que se había muerto Juana y también
se había desaparecido Gilberto:
—Lo buscamos por toda la montaña y no lo
encontramos, pensamos que se lo devoraron los coyotes. Sí, escuchamos el canto
de las aves nocturnas y el ruido del viento en los árboles interrumpiendo el
silencio de la noche en la montaña. De lo alto vimos al pueblo de Sanarate con
sus luces como si fuera un nacimiento de navidad.
“Peto” también le comentó a Tiburcio que
se había casado la joven Chus con Paco y estuvo muy alegre la fiesta. Mataron
dos toros y la celebración duró tres días. Después de eso continuaron bebiendo
Apolonio con otros amigos, tardaron un mes hasta que se terminó la Cusha de
toda la aldea.
Entre alegría y tristeza, Tiburcio se
encaminó y se paró frente a la casa donde tiempo antes él había nacido. Entró
al patio, alzó la vista y vio un árbol de toronja y uno de limón, así como
claveles rojos y amarillos que tiempo antes había sembrado con su papá. Se
movían las hojas con el aire, él se quedó cabizbajo, volteó su mirada hacia el
corredor de la casa semidestruida y le dio mucha tristeza ver aquella soledad,
cuando antes allí había vivido con sus padres y hermanos. Con mucha nostalgia
suspiró profundamente, no soportó más, y soltó el llanto. Después salió a la
calle y allí estaba la muchedumbre despidiéndolo, pero él no pudo hablar con
ellos porque salió de la vieja casa con un nudo en la garganta.
Continuó su camino, como a diez minutos
de haber dejado su querido San Juan alcanzó a un hombre de avanzada edad,
jalando un burro que llevaba dos redes de ayotes y un manojo de yuca. Tiburcio
vio que el burro iba tambaleándose y pensó que era demasiada la carga que
llevaba. Más adelante el burro cayó y Tiburcio se bajó para auxiliarlo. Al
desatarle las redes y la yuca que tenía encima, salió una culebra cascabel de
metro y medio de largo, luego, el sacó su corvo de la cintura y la partió en
dos. Le quitó cinco cascabeles que tenía y se los echó a la bolsa y dijo:
—Estos son para mi guitarra.
A todo esto el burro estaba muerto por
todo el veneno que le había inyectado la culebra. Continuó bajando y más
adelante encontró a un hombre raro con un canasto en la cabeza, con la camisa
blanca de fuera, pantalón negro y cincho ancho color negro en la cintura sobre
la camisa. También tenía la cara llena de crema, talcos y un poco de tierra
blanca y los labios pintados de rojo carmín. Tiburcio lo saludó:
—¡Hola, qué elegante venís!
El hombre pintado le contestó:
—Cada vez que voy al pueblo Alicia me
arregla y por eso vengo así, muy elegante.
En ese instante Tiburcio sonrió y cambió
su estado de ánimo. Al poco rato llegó lleno de tierra blanca al río San
Nicolás, en ese lugar la mula se adentró en la poza para tomar agua. Como ya
había entrado la noche, Tiburcio se quedó viendo en el agua como se reflejaban
la luna y las estrellas.
Tiburcio siguió su camino, escuchó un
murmullo como si fuera una procesión que venía bajando, pasó a la par de él y
no vio nada, aún estando la luna como el día. La mula se pegaba a la peña con
temor y no quería caminar, no escuchaba, pero quizás algo veía. Tiburcio,
pensativo se paró cerca de la línea del ferrocarril sin imaginarse que 60 años
después otra mula de la misma sangre iba a parir en la aldea Santa Lucía Los
Ocotes a poca distancia de Montepeque, de donde él emprendió el viaje. Sacudió
su viejo sombrero todo lleno de tierra, alzó su vista y vio el cielo estrellado
y reflexionó así:
—“Todas las noches son buenas porque nos
permiten ver las estrellas, y todos los días son buenos porque nos permiten ver
la luz del sol”.
Tiburcio sintió una gran energía
positiva y un aire de paz, de comprensión, ternura y amor; sin darse cuenta que
esto venía del centro del corazón del pueblo de Sanarate y dijo:
—“Como quisiera que esta fuerza que
emana únicamente de nuestro padre eterno llegara a todos los sanaratecos y el
mundo entero. Cuando estoy en San Juan, veo al pueblo cerca de mí, y cuando
estoy en el pueblo veo a San Juan cerca de mí, quizás porque a los dos guardo
en mi corazón”.
Siguió su camino, alcanzó el plan y
caminó un poco más. El ruido de una máquina triturando piedra lo despertó.
Sudando, cansado y con sed, se sentó en la orilla de la cama, cubrió su cara
con las manos, las deslizó sobre su cabello, suspiró profundo y dijo:
—“Como quisiera que este sueño fuera
realidad, lo que aprendí de este largo camino es que Dios creó al hombre no
para comprender la vida, sino para vivirla.”
Así fue como terminó el sueño del Jinete
de San Juan de Las Flores y su Mula Parda.
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