Es una narración
breve creada por uno o varios autores, basada en hechos reales o ficticios,
inspirada o no en anteriores escritos o leyendas, cuya trama es protagonizada
por un grupo reducido de personajes y con un argumento relativamente sencillo
y, por lo tanto, fácil de entender.
El cuento es compartido tanto por vía
oral como escrita; aunque en un principio, lo más común era por tradición oral.
Además, puede dar cuenta de hechos reales o fantásticos pero siempre partiendo
de la base de ser un acto de ficción, o mezcla de ficción con hechos reales y
personajes reales. Suele contener pocos personajes que participan en una sola
acción central, y hay quienes opinan que un final impactante es requisito
indispensable de este género. Su objetivo es despertar una reacción emocional
impactante en el lector.
La costumbre de
contar cuentos se ha ido trasmitiendo de generación en generación, de abuelos a
nietos, de padres a hijos.
EL MISTERIO DEL CALLEJON DEL DIABLO:
CAPÍTULO
I
Introducción
El Callejón del Diablo es un sector con algunas construcciones modernas
y muy populoso en Sanarate, se encuentra ubicado en la parte norte de la
ciudad. Cuenta la leyenda que cuando principiaba a poblarse esta área de
Sanarate, en noches muy oscuras y alrededor de la medianoche se escuchaba el
ruido trepidante de una carroza tirada furiosamente por caballos, que hacía su
recorrido de norte a sur. Los vecinos que se armaban del suficiente valor para
atisbar por las rendijas de sus puertas, alcanzaban a ver que se trataba de un
fuerte viento arremolinado.
Era tal la fuerza del viento, que mecía árboles y levantaba una espesa
polvareda arrancando algunas chispas del suelo con los cascos de los invisibles
caballos, mientras los perros aullaban y las aves de corral aleteaban
asustadas. Conforme fue aumentando el número de viviendas y de habitantes del
Callejón del Diablo, fue disminuyendo la frecuencia de los recorridos de la
carroza, en la cual según los vecinos era el mismísimo Satanás quien se paseaba
en los alrededores. Todavía en la actualidad, en algunas noches muy oscuras, a
veces inexplicablemente todos los perros se ponen a aullar como si algo o
alguien les atormentara. Hay quienes aseguran que durante esas noches
tenebrosas, es el diablo quien aún merodea por ese callejón.
CAPÍTULO
II
La Polémica
Como pasa con todo asunto que aparentemente no tiene explicación
racional, los sucesos que ocurren en El Callejón del Diablo han generado una
polémica, aún entre los mismos residentes del lugar. Para tratar de sacar una
conclusión clara, Casimiro Gudiel, aficionado e investigador de fenómenos
astronómicos y metafísicos, entrevistó a dos de estos residentes que tienen
puntos divergentes en el enfoque de estos sucesos. Doña Eutanasia Calderón, una
anciana ama de casa, se santiguó varias veces antes de responder a las
interrogantes y afirma que las apariciones del diablo se producen en la fase de
luna nueva en las noches más tenebrosas. Agrega doña Eutanasia que a los
incrédulos y escépticos, el diablo suele castigarlos, como en el caso de su
vecino Arturo Sánchez, quien en un día de tantos resultó totalmente demente
lanzando piedras a la gente y comiendo jabón.
Los vecinos atribuyen la demencia de Arturo a que una novia que tuvo le
dio a beber leche de marrana como venganza por una infidelidad, dejándolo
embrutecido para siempre con este brebaje. Pero en realidad, afirma doña
Eutanasia, lo que pasó fue que durante una oscura noche, Arturo en estado de
ebriedad a consecuencia de unas copas de licor clandestino que se tomó con unos
amigos, caminaba a avanzadas horas de la noche por el Callejón del Diablo. De
repente, escuchó acercarse el tropel de la carroza tirada por los caballos
negros arreados por el diablo. Por su estado de embriaguez se sintió con
suficiente valor para enfrentar al diablo y a todos sus secuaces del averno y
se paró a medio camino.
En cuestión de segundos fue arrollado por la diabólica carroza,
recibiendo un latigazo del diablo, y desde entonces perdió completamente la
razón. También doña Eutanasia entra en otra polémica en forma parecida al
enigma de: ¿Quién fue primero, el huevo o la gallina? Algunos afirman que el
diablo empezó a frecuentar el callejón cuando la ciudad de Sanarate estaba
recién fundada, porque muchas personas estaban entregadas al vicio del juego y
la bebida. En cambio otros dicen que fue la presencia del diablo la que generó
que la mayoría de los vecinos inexplicablemente empezaron a ser atraídos por
los vicios.
Para obtener otra opinión, Casimiro tuvo la oportunidad de conversar con
Edgardino Dardón, un joven recién graduado del ciclo diversificado y muy
aficionado a la cibernética. Refiere este joven que él desde que era un niño
pequeño escuchó la historia de las cabalgatas del diablo por el callejón, por
lo que cuando tuvo edad suficiente empezó a investigar el fenómeno auxiliándose
con sus conocimientos básicos de física fundamental que aprendió en la escuela.
Este joven llegó a la conclusión de que el fenómeno es algo de origen
físico-meteorológico. Cuando la radiación del sol que calienta las riberas del
Riachuelo Las Tunas produce aire caliente que fluye subiendo la cañada que
llega al Cerrito de la Virgen. Allí ese aire caliente se mezcla con el aire
frío que viene de la Sierra de las Minas, produciendo un mini-tornado que
recorre el Callejón del Diablo de norte a sur, la cual es la dirección en que
normalmente corre el viento en estas latitudes.
Este inteligente estudiante explica que el aullido de los perros se debe
a que estos nobles animales poseen en su cerebro un finísimo sensor barométrico
que detecta los más leves cambios en la presión atmosférica. Este joven también
explica que los remolinos de viento o mini-tornados producen estos ligeros cambios
y los perros al sentirlos los anuncian con sus lastimeros aullidos.
La razón del escándalo de las gallinas es porque los árboles en los que
posan para dormir son sacudidos violentamente por el viento. ¿Y las chispas
producidas por los cascos de los caballos que tiran de la carroza diabólica?
Sencillamente son luciérnagas o cocuyos que aprovechando la densa oscuridad
encienden sus luces biológicas para tratar de encontrar pareja y son
arrastradas por la fuerza del remolino. Después de su detallada explicación, el
joven queda inmerso de nuevo en el mundo de la cibernética a través de su
computadora personal.
CAPÍTULO
III
La Cueva del Dueño de Los Cerros
Era la hora de la pugna de la última luz del día con las primeras
sombras de la noche. Era la hora del espectral crepúsculo. Adrián Rodríguez iba
pasando por las últimas casas de la Aldea El Upayón en su viaje a pie hacia los
cerros de la Piedra de Cal a su cacería nocturna. Durante el día había
explorado los potreros encontrando estiércol fresco de venado, por lo que sabía
que había bastantes posibilidades de tener éxito. Caminaba con paso acompasado
con la tranquilidad de quien tiene a su disposición todo el tiempo del mundo.
Después de pasar la aldea comenzó a percibir el penetrante aroma de la flor del
hueledenoche, émulo de fino perfume francés, atrayendo a los insectos nocturnos
expertos en polinización.
El cazador nocturno es como el pescador con caña, el placer no está en
el resultado positivo del intento; sino en el placer mismo de entregarse a su
actividad. ¡Cuántos miles de pensamientos fluyen por la mente mientras se está
ensimismado y los elementos de la naturaleza se integran aguzando sus sentidos!
Por eso es que el olor de las flores le pareció muy puro y primitivo. Sus ojos
sentían el placer de la belleza de la curva que delineaba la silueta de la
cresta de los cerros, sus oídos percibían el concierto de miles de violines de
los grillos que tocaban serenata a la oscura noche de luna nueva. En su piel
sentía la suave caricia del fresco viento procedente de la Sierra de Las Minas,
puro y saludable.
Cruzó el cerco de alambre de púas del potrero de El Barrial, alumbrándose
ya con la potente luz de su linterna eléctrica alimentada por una pila seca de
9 voltios. En ese momento recordó las palabras de su amigo y compañero de
trabajo en la agricultura, don Chico Morales:
—Cuando vayas de cacería en la noche debes de tener cuidado de no
internarte mucho en el monte, porque mis abuelos me contaban del peligro que
acecha por la presencia del dueño de los cerros, a quien no le gusta la
cercanía de seres humanos en sus dominios—.
—¿Y quién es ese tal dueño de los cerros?— preguntó intrigado Adrián.
Don Chico Morales, con su mano izquierda se levantó ligeramente el
sombrero, rascándose la cabeza con la derecha, respondió.
—Bueno… algo así como un… un… ser malvado… hasta puede ser el mismo
diablo.
Ahora, ya subiendo la primera ligera pendiente de uno de los cerros, a
Adrián en realidad no le provocaba mucho temor esa advertencia. Instintivamente
se tocó una cruz metálica que colgaba de su cuello, la cual le había traído su
esposa de su última romería a visitar el templo del Señor de Esquipulas.
—Es para que te proteja cuando salgas en tus viajes de cacería por la
noche, el señor cura le echó su agua bendita— le dijo su mujer.
También apretó con más fuerza su escopeta calibre 12 cargada con dos
cartuchos que él mismo había cargado con pólvora negra y balas de puro plomo,
que fueron fundidas por el herrero especialmente para cazar venados.
A lo lejos escuchó un ligero chasquido de las piedras calizas y dirigió la
luz de su linterna en esa dirección. Al otro lado de una pequeña hondonada
estaba parado un venado adulto con cuernos ramificados viendo directamente
hacia él. Calculó que la distancia no era la ideal para ser certero con un
disparo de su escopeta. Decidió atravesar la hondonada para acercarse a su
objetivo procurando hacer el menor ruido posible y teniendo cuidado de donde
pisaba, pues por la noche las piedras calizas liberan el calor del sol que
absorben en el día, situación que es aprovechada por las serpientes de cascabel
para calentarse.
Cuando llegó al otro lado, ahí estaba todavía el venado viendo hacia la
luz con curiosidad, pero en ese momento dio unos cuantos saltos poniéndose
nuevamente a una distancia poco recomendable para hacer el disparo. Esto se
repitió varias veces, en cuanto Adrián acortaba la distancia, el venado la
alargaba, hasta que el cazador se dio cuenta de que se había internado ya
bastante en el monte y le empezaron a invadir inquietudes al recordar los
consejos que le habían dado. Justo en ese momento, cazador y presa llegaron a
un pequeño peñasco, al pie del cual estaba una cueva y en ella el venado se
internó. Ante esto, Adrián adoptó la actitud de esperar con paciencia,
acechando, esperando todo el tiempo que fuera necesario hasta que el venado
decidiera salir.
—Tiene que darle hambre o sed y al fin saldrá— pensó.
Se sentó sobre una piedra de regular tamaño, viendo directamente hacia
la cueva y comenzaron a pasar los minutos que se convirtieron en horas. Siendo
ya alrededor de la medianoche, una noche muy oscura como son las de luna nueva,
notó que el canto de los grillos había cesado, ya no se escuchaba el gorjeo de
los tapacaminos, las estrellas de brillante amarillo con su fondo de terciopelo
negro parecían más cercanas, se podían percibir a plenitud los sonidos del
silencio. Las Pléyades titilaban con alegría como celebrando el convite de
trillones de estrellas en la bóveda celestial. Adrián observó con claridad
meridiana a las nebulosas de Orión y El Aguila recostadas sobre el regazo de la
constelación de Sagitario. La cueva irradiaba una tenue luz naranja. Su cuerpo
se hizo sensible al movimiento cinemático perpetuo. Un rapto en estado puro. En
la cruz metálica pendiente de su pecho se reflejó un fugaz fuego de San Telmo.
Al siguiente día, doña Ticha se levantó bostezando a cocer el maíz para
preparar las tortillas, alimento diario de su familia, pensando si Adrián había
logrado cazar algo para preparar para el almuerzo y con esto variar su dieta
cotidiana de frijoles.
—¡¡Ni visto ni oído, lo único que falta es que se haya quedado en la
cantina chupando con sus amigotes!!— Exclamó con enojo doña Ticha, enojo que se
fue tornando en preocupación.
A las diez de la mañana ya estaba reunido un grupo de parientes y amigos
preparándose para ir a rastrear los cerros en busca de Adrián. Al mediodía lo
localizaron muerto, sobre una piedra, sentado en una perfecta postura de flor
de loto, con los ojos abiertos y esgrimiendo fuertemente su escopeta. Su rostro
no denotaba signos de miedo, dolor o sufrimiento. Todo lo contrario, sus rasgos
faciales registraban una paz infinita y hasta una enigmática sonrisa. El
forense dictaminó que falleció por un colapso cardiaco.
CAPÍTULO
IV
La Figura Geométrica y el Agujero de
Gusano
La noticia se propagó rápidamente ese mismo día en que encontraron el
cadáver de Adrián Rodríguez. Casimiro Gudiel se enteró esa tarde. Aficionado
como era a la investigación de hechos metafísicos y paranormales, esto le
intrigó mucho más que los sucesos que suelen ocurrir en El Callejón del Diablo,
puesto que involucraba el fallecimiento de una persona común. Decidió
investigar profundamente todos los factores que pudieron haber provocado tan
lamentable acontecimiento. Para realizar su investigación contaba con muy pocos
recursos que incluían una libreta de notas, una lámpara de mano y un telescopio
portátil que compró en el “flea market” de San José, California, cuando estuvo
trabajando en Estados Unidos.
Decidió ir a la cueva al día siguiente, después del entierro de Adrián
que se realizaría por la mañana. Al mediodía emprendió la marcha hacia los
cerros de La Piedra de Cal en dirección a donde habían encontrado al muerto,
acompañado por su perro cachorro de raza desconocida. Cuando se acercaba a su
destino, el perro se detuvo en seco y aguzando las orejas, gruñía mirando hacia
la cueva. Ya no pudo hacer que el perro siguiera acompañándolo, por mucho que lo
intentó. Enseguida, optó por continuar solo el último trecho hacia la cueva, la
cual estaba disimulada, con la entrada casi completamente oculta por la maleza
y algunos helechos que colgaban de la peña.
Se sintió sobrecogido en el umbral, escuchando los chillidos de protesta
de los murciélagos al sentir que su sueño era interrumpido. Pensó en internarse
solamente unos metros, no sólo por el temor a lo desconocido, sino porque
padecía de cierto grado de claustrofobia. Encendió su linterna de mano y para
su asombro vio en una de las paredes unos glifos con signos ideográficos
primitivos. Observándolos con muchísimo interés, consideró casi imposible poder
descifrarlos; sin embargo al lado de cada fila de signos había una figura
geométrica que destacaba sobre todo lo demás. Pero lo que más lo sorprendió fue
un dibujo en el que estaban representados los tres cerros místicos de Sanarate:
El Cerro Chino, El Cerro de La Palma y El Cerro del Güistomate.
La figura geométrica consistía en tres líneas rectas uniendo los tres
cerros, formando un triángulo 39 36 15 descrito así en el teorema de Pitágoras:
“La superficie del cuadrado construido sobre la hipotenusa es equivalente a la
suma de las superficies de los cuadrados construidos sobre los catetos”. Aún
más curioso y significativo, geográficamente este cuadrado construído sobre la
hipotenusa se ubica en la Zona 2 de Sanarate, exactamente en El Callejón del
Diablo. Y todavía más curioso, al trazar una triangulación originada en los
tres vértices, se marca exactamente la ubicación de las coordenadas que
localizan a La Cueva del Dueño de los Cerros.
Observó que habían muchos más signos y dibujos, estaba fascinado pues
más al fondo encontró una especie de mapa sideral que señalaba a la cueva del
dueño de los cerros como un “respiradero” de un largo agujero de gusano. Este
agujero principia en el territorio de la Península de Yucatán en México
cruzando el mapa de Guatemala de Oeste a Nor-Este, internándose en el Océano
Atlántico, y al viajar dentro del mismo puede dirigirse hacia el pasado, hacia
el futuro o quedar estancado en el tiempo.
Esto lo asoció al recordar la historia de un sanarateco que ingresó a la
cueva y se internó recorriendo una larga distancia; pero al llegar a un punto en
donde había una pendiente vertical ya no pudo continuar, puesto que habría
necesitado equipo especial de andinismo para escalar. Regresó, salió de la
cueva y contaba ufano su aventura. A los pocos años, algo sumamente extraño
comenzó a ocurrir: Todas las personas envejecían normalmente, menos él.
Mientras algunos encanecían y empezaban a quedarse calvos, este sujeto seguía
exactamente en la edad con la que había entrado en la cueva. A pesar que ya
habían pasado más de 20 años desde que visitó la cueva, él todavía continuaba
con la lozanía de 23 años cuando ya iba acercándose a los 50. Empezó a ser
objeto de la curiosidad de la gente y él se asustó pensando en qué iba a hacer
con su vida eterna. Finalmente se fue para Estados Unidos huyendo de sí mismo.
Los ladridos del perro sacaron de su
ensimismamiento a Casimiro y muy sorprendido notó que estaba poniéndose el sol.
Recogió apresuradamente sus objetos y corrió para su casa a meditar
profundamente acerca de sus descubrimientos.
CAPÍTULO V
La Curva del Diablo
En el kilómetro 162 de la carretera CA-9 Ruta al Atlántico, hay una
cueva en una peña. En el año de 1958 cuando la compañía constructora
norteamericana Nello L. Teer abría la brecha para construir la carretera al
Atlántico, dinamitaron un cerro cerca de la aldea Cayuga. Cuando una parte del
cerro fue derribada, quedó a la vista una cueva, la cual quisieron explorar
algunos trabajadores de la empresa. Sin embargo poco pudieron recorrer dentro
de esta cueva debido a los muchos nacimientos de agua que formaban pozas
profundas inexpugnables para cualquier persona. Un anciano de la aldea comentó:
“Ya le tentaron las barbas al diablo”.
Cuando terminó la construcción de la carretera empezaron a producirse
violentos accidentes de tránsito en una curva que está a unos cien metros de la
cueva. En un principio los topógrafos pensaron que esta curva tenía un error de
diseño al no haber calculado bien el peralte de contención de gravedad. Este
peralte es el que evita que los vehículos sean sacados de la carretera por la
fuerza centrífuga que genera el movimiento sobre las curvas. Llegaron a
investigar los ingenieros que diseñaron el trazo de la curva; sin embargo todo
estaba perfectamente bien calculado. Los accidentes aún siguen sucediendo, de
tal forma que el lugar está marcado por gran cantidad de cruces que recuerdan a
los fallecidos. Los habitantes de Cayuga están seguros que todo se debe al
enojo del diablo por haberle dejado descubierta la cueva por donde suele transitar.
CAPÍTULO
VI
Epílogo
Cuando se enteró de estos hechos acaecidos muchos años antes, Casimiro
Gudiel llegó a platicar con los habitantes de Cayuga y todos coinciden en que
los accidentes siempre ocurren en noches muy oscuras en las cuales se escucha
los aullidos de los perros que detectan la presencia del diablo.
Luego, Casimiro volvió a Sanarate a revisar sus apuntes que había tomado
en la cueva del dueño de los cerros. Le intrigó que siempre los acontecimientos
se desatan en noches oscuras de luna nueva. Con la ayuda de su telescopio
observó que en el momento en que estos hechos ocurren se forma una extraña
conjunción estelar entre constelaciones y nebulosas que activan una singular
energía oscura que genera vibraciones negativas coincidiendo con la longitud de
onda que emite el color negro.
Pero la conclusión más fascinante a la que llegó con los dibujos
encontrados en la cueva es que el agujero de gusano que pasa por los cerros de
La Piedra de Cal en Sanarate, se origina en otra figura geométrica conocida
mundialmente como El Triángulo de las Bermudas.
F I N
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