lunes, 1 de junio de 2015

EL JINETE DE SAN JUAN DE LAS FLORES Y SU MULA PARDA

“ESTA HISTORIA ES VERDAD… Y AL CONTARLA SATISFACCIÓN A MÍ ME DA”

Sucedió en la época del año de 1950, cuando emprendió el viaje de las partes altas de las llanuras de Montepeque, parte sur de Sanarate, el hombre de unos 20 años de edad y de 1.78 metros de estatura. Tenía la tez blanca quemada por los fuertes rayos del sol, con sombrero de petate montando en una mula de color pardo que mostraba en su cansado caminar, vieja, sorda y mal herrada. En las alforjas de su montura traía “pishtones” y tascal (pan de elote), venía acompañado de un viejo corvo colgando de la cintura.

Tecomate para el agua no usaba ya que a cada paso del camino se cruzaban los riachuelos cristalinos. Bajando lentamente hacia el pueblo por aquel camino escabroso encontró a dos jóvenes de entre 10 y 15 años, con camisas y pantalones de manta, caites de hule de llanta. El mayor se llamaba Fabio y el hermano menor Francisco, llevaban un manojo de leña sobre su espalda y su perro color negro que los acompañaba. Y lo saludaron así:

—Buenos días don, que Dios lo acompañe.

Continuó bajando el empinado camino sin darse cuenta que la mula “cojeaba” porque había perdido un herraje de la pata derecha. En cada lado del camino a 25 metros enfilaban coyotes hambrientos y le “aullaban”, pero le valió que dicha mula era sorda y no escuchó a los coyotes, porque de lo contrario sale disparada, el jinete cae y esta sería otra historia.

Siguió bajando entre aquellos peñascos, poco a poco llegó a una aldea de diez casuchas elaboradas de bajareque llamada San Juan de Las Flores. Una señorita de 17 años, usaba vestido largo color blanco de manta, descalza, tez blanca y grandes ojos avellanados, vio al jinete que se acercaba y lo reconoció. Enseguida salió corriendo gritando en las casas:

—¡¡Vino Tiburcio!!... —¡¡Vino Tiburcio!!...

Rápidamente se aglomeró la gente para saludarlo, y entre el grupo de personas estaba Félix Marroquín, Cushpun y Califuro, que casualmente andaban por allí comprando coches (cerdos), pero no encontraron. Lo que sí consiguieron fue un galón de “Cusha” cada uno. Félix con su risa y mirada picaresca invitaba a Tiburcio para que se bajara de la mula y que se echaran un trago. Tiburcio se encontraba entusiasmado después que un pariente que le llamaban “Peto”, le comentó que se había muerto Juana y también se había desaparecido Gilberto:

—Lo buscamos por toda la montaña y no lo encontramos, pensamos que se lo devoraron los coyotes. Sí, escuchamos el canto de las aves nocturnas y el ruido del viento en los árboles interrumpiendo el silencio de la noche en la montaña. De lo alto vimos al pueblo de Sanarate con sus luces como si fuera un nacimiento de navidad.

“Peto” también le comentó a Tiburcio que se había casado la joven Chus con Paco y estuvo muy alegre la fiesta. Mataron dos toros y la celebración duró tres días. Después de eso continuaron bebiendo Apolonio con otros amigos, tardaron un mes hasta que se terminó la Cusha de toda la aldea.

Entre alegría y tristeza, Tiburcio se encaminó y se paró frente a la casa donde tiempo antes él había nacido. Entró al patio, alzó la vista y vio un árbol de toronja y uno de limón, así como claveles rojos y amarillos que tiempo antes había sembrado con su papá. Se movían las hojas con el aire, él se quedó cabizbajo, volteó su mirada hacia el corredor de la casa semidestruida y le dio mucha tristeza ver aquella soledad, cuando antes allí había vivido con sus padres y hermanos. Con mucha nostalgia suspiró profundamente, no soportó más, y soltó el llanto. Después salió a la calle y allí estaba la muchedumbre despidiéndolo, pero él no pudo hablar con ellos porque salió de la vieja casa con un nudo en la garganta.

Continuó su camino, como a diez minutos de haber dejado su querido San Juan alcanzó a un hombre de avanzada edad, jalando un burro que llevaba dos redes de ayotes y un manojo de yuca. Tiburcio vio que el burro iba tambaleándose y pensó que era demasiada la carga que llevaba. Más adelante el burro cayó y Tiburcio se bajó para auxiliarlo. Al desatarle las redes y la yuca que tenía encima, salió una culebra cascabel de metro y medio de largo, luego, el sacó su corvo de la cintura y la partió en dos. Le quitó cinco cascabeles que tenía y se los echó a la bolsa y dijo:

—Estos son para mi guitarra.

A todo esto el burro estaba muerto por todo el veneno que le había inyectado la culebra. Continuó bajando y más adelante encontró a un hombre raro con un canasto en la cabeza, con la camisa blanca de fuera, pantalón negro y cincho ancho color negro en la cintura sobre la camisa. También tenía la cara llena de crema, talcos y un poco de tierra blanca y los labios pintados de rojo carmín. Tiburcio lo saludó:

—¡Hola, qué elegante venís!

El hombre pintado le contestó:

—Cada vez que voy al pueblo Alicia me arregla y por eso vengo así, muy elegante.

En ese instante Tiburcio sonrió y cambió su estado de ánimo. Al poco rato llegó lleno de tierra blanca al río San Nicolás, en ese lugar la mula se adentró en la poza para tomar agua. Como ya había entrado la noche, Tiburcio se quedó viendo en el agua como se reflejaban la luna y las estrellas.

Tiburcio siguió su camino, escuchó un murmullo como si fuera una procesión que venía bajando, pasó a la par de él y no vio nada, aún estando la luna como el día. La mula se pegaba a la peña con temor y no quería caminar, no escuchaba, pero quizás algo veía. Tiburcio, pensativo se paró cerca de la línea del ferrocarril sin imaginarse que 60 años después otra mula de la misma sangre iba a parir en la aldea Santa Lucía Los Ocotes a poca distancia de Montepeque, de donde él emprendió el viaje. Sacudió su viejo sombrero todo lleno de tierra, alzó su vista y vio el cielo estrellado y reflexionó así:

—“Todas las noches son buenas porque nos permiten ver las estrellas, y todos los días son buenos porque nos permiten ver la luz del sol”.

Tiburcio sintió una gran energía positiva y un aire de paz, de comprensión, ternura y amor; sin darse cuenta que esto venía del centro del corazón del pueblo de Sanarate y dijo:

—“Como quisiera que esta fuerza que emana únicamente de nuestro padre eterno llegara a todos los sanaratecos y el mundo entero. Cuando estoy en San Juan, veo al pueblo cerca de mí, y cuando estoy en el pueblo veo a San Juan cerca de mí, quizás porque a los dos guardo en mi corazón”.

Siguió su camino, alcanzó el plan y caminó un poco más. El ruido de una máquina triturando piedra lo despertó. Sudando, cansado y con sed, se sentó en la orilla de la cama, cubrió su cara con las manos, las deslizó sobre su cabello, suspiró profundo y dijo:

—“Como quisiera que este sueño fuera realidad, lo que aprendí de este largo camino es que Dios creó al hombre no para comprender la vida, sino para vivirla.”


Así fue como terminó el sueño del Jinete de San Juan de Las Flores y su Mula Parda.

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