lunes, 1 de junio de 2015

EL JINETE DE SAN JUAN DE LAS FLORES Y SU MULA PARDA

“ESTA HISTORIA ES VERDAD… Y AL CONTARLA SATISFACCIÓN A MÍ ME DA”

Sucedió en la época del año de 1950, cuando emprendió el viaje de las partes altas de las llanuras de Montepeque, parte sur de Sanarate, el hombre de unos 20 años de edad y de 1.78 metros de estatura. Tenía la tez blanca quemada por los fuertes rayos del sol, con sombrero de petate montando en una mula de color pardo que mostraba en su cansado caminar, vieja, sorda y mal herrada. En las alforjas de su montura traía “pishtones” y tascal (pan de elote), venía acompañado de un viejo corvo colgando de la cintura.

Tecomate para el agua no usaba ya que a cada paso del camino se cruzaban los riachuelos cristalinos. Bajando lentamente hacia el pueblo por aquel camino escabroso encontró a dos jóvenes de entre 10 y 15 años, con camisas y pantalones de manta, caites de hule de llanta. El mayor se llamaba Fabio y el hermano menor Francisco, llevaban un manojo de leña sobre su espalda y su perro color negro que los acompañaba. Y lo saludaron así:

—Buenos días don, que Dios lo acompañe.

Continuó bajando el empinado camino sin darse cuenta que la mula “cojeaba” porque había perdido un herraje de la pata derecha. En cada lado del camino a 25 metros enfilaban coyotes hambrientos y le “aullaban”, pero le valió que dicha mula era sorda y no escuchó a los coyotes, porque de lo contrario sale disparada, el jinete cae y esta sería otra historia.

Siguió bajando entre aquellos peñascos, poco a poco llegó a una aldea de diez casuchas elaboradas de bajareque llamada San Juan de Las Flores. Una señorita de 17 años, usaba vestido largo color blanco de manta, descalza, tez blanca y grandes ojos avellanados, vio al jinete que se acercaba y lo reconoció. Enseguida salió corriendo gritando en las casas:

—¡¡Vino Tiburcio!!... —¡¡Vino Tiburcio!!...

Rápidamente se aglomeró la gente para saludarlo, y entre el grupo de personas estaba Félix Marroquín, Cushpun y Califuro, que casualmente andaban por allí comprando coches (cerdos), pero no encontraron. Lo que sí consiguieron fue un galón de “Cusha” cada uno. Félix con su risa y mirada picaresca invitaba a Tiburcio para que se bajara de la mula y que se echaran un trago. Tiburcio se encontraba entusiasmado después que un pariente que le llamaban “Peto”, le comentó que se había muerto Juana y también se había desaparecido Gilberto:

—Lo buscamos por toda la montaña y no lo encontramos, pensamos que se lo devoraron los coyotes. Sí, escuchamos el canto de las aves nocturnas y el ruido del viento en los árboles interrumpiendo el silencio de la noche en la montaña. De lo alto vimos al pueblo de Sanarate con sus luces como si fuera un nacimiento de navidad.

“Peto” también le comentó a Tiburcio que se había casado la joven Chus con Paco y estuvo muy alegre la fiesta. Mataron dos toros y la celebración duró tres días. Después de eso continuaron bebiendo Apolonio con otros amigos, tardaron un mes hasta que se terminó la Cusha de toda la aldea.

Entre alegría y tristeza, Tiburcio se encaminó y se paró frente a la casa donde tiempo antes él había nacido. Entró al patio, alzó la vista y vio un árbol de toronja y uno de limón, así como claveles rojos y amarillos que tiempo antes había sembrado con su papá. Se movían las hojas con el aire, él se quedó cabizbajo, volteó su mirada hacia el corredor de la casa semidestruida y le dio mucha tristeza ver aquella soledad, cuando antes allí había vivido con sus padres y hermanos. Con mucha nostalgia suspiró profundamente, no soportó más, y soltó el llanto. Después salió a la calle y allí estaba la muchedumbre despidiéndolo, pero él no pudo hablar con ellos porque salió de la vieja casa con un nudo en la garganta.

Continuó su camino, como a diez minutos de haber dejado su querido San Juan alcanzó a un hombre de avanzada edad, jalando un burro que llevaba dos redes de ayotes y un manojo de yuca. Tiburcio vio que el burro iba tambaleándose y pensó que era demasiada la carga que llevaba. Más adelante el burro cayó y Tiburcio se bajó para auxiliarlo. Al desatarle las redes y la yuca que tenía encima, salió una culebra cascabel de metro y medio de largo, luego, el sacó su corvo de la cintura y la partió en dos. Le quitó cinco cascabeles que tenía y se los echó a la bolsa y dijo:

—Estos son para mi guitarra.

A todo esto el burro estaba muerto por todo el veneno que le había inyectado la culebra. Continuó bajando y más adelante encontró a un hombre raro con un canasto en la cabeza, con la camisa blanca de fuera, pantalón negro y cincho ancho color negro en la cintura sobre la camisa. También tenía la cara llena de crema, talcos y un poco de tierra blanca y los labios pintados de rojo carmín. Tiburcio lo saludó:

—¡Hola, qué elegante venís!

El hombre pintado le contestó:

—Cada vez que voy al pueblo Alicia me arregla y por eso vengo así, muy elegante.

En ese instante Tiburcio sonrió y cambió su estado de ánimo. Al poco rato llegó lleno de tierra blanca al río San Nicolás, en ese lugar la mula se adentró en la poza para tomar agua. Como ya había entrado la noche, Tiburcio se quedó viendo en el agua como se reflejaban la luna y las estrellas.

Tiburcio siguió su camino, escuchó un murmullo como si fuera una procesión que venía bajando, pasó a la par de él y no vio nada, aún estando la luna como el día. La mula se pegaba a la peña con temor y no quería caminar, no escuchaba, pero quizás algo veía. Tiburcio, pensativo se paró cerca de la línea del ferrocarril sin imaginarse que 60 años después otra mula de la misma sangre iba a parir en la aldea Santa Lucía Los Ocotes a poca distancia de Montepeque, de donde él emprendió el viaje. Sacudió su viejo sombrero todo lleno de tierra, alzó su vista y vio el cielo estrellado y reflexionó así:

—“Todas las noches son buenas porque nos permiten ver las estrellas, y todos los días son buenos porque nos permiten ver la luz del sol”.

Tiburcio sintió una gran energía positiva y un aire de paz, de comprensión, ternura y amor; sin darse cuenta que esto venía del centro del corazón del pueblo de Sanarate y dijo:

—“Como quisiera que esta fuerza que emana únicamente de nuestro padre eterno llegara a todos los sanaratecos y el mundo entero. Cuando estoy en San Juan, veo al pueblo cerca de mí, y cuando estoy en el pueblo veo a San Juan cerca de mí, quizás porque a los dos guardo en mi corazón”.

Siguió su camino, alcanzó el plan y caminó un poco más. El ruido de una máquina triturando piedra lo despertó. Sudando, cansado y con sed, se sentó en la orilla de la cama, cubrió su cara con las manos, las deslizó sobre su cabello, suspiró profundo y dijo:

—“Como quisiera que este sueño fuera realidad, lo que aprendí de este largo camino es que Dios creó al hombre no para comprender la vida, sino para vivirla.”


Así fue como terminó el sueño del Jinete de San Juan de Las Flores y su Mula Parda.

CUENTOS

Es una narración breve creada por uno o varios autores, basada en hechos reales o ficticios, inspirada o no en anteriores escritos o leyendas, cuya trama es protagonizada por un grupo reducido de personajes y con un argumento relativamente sencillo y, por lo tanto, fácil de entender.

El cuento es compartido tanto por vía oral como escrita; aunque en un principio, lo más común era por tradición oral. Además, puede dar cuenta de hechos reales o fantásticos pero siempre partiendo de la base de ser un acto de ficción, o mezcla de ficción con hechos reales y personajes reales. Suele contener pocos personajes que participan en una sola acción central, y hay quienes opinan que un final impactante es requisito indispensable de este género. Su objetivo es despertar una reacción emocional impactante en el lector.

La costumbre de contar cuentos se ha ido trasmitiendo de generación en generación, de abuelos a nietos, de padres a hijos. 


EL MISTERIO DEL CALLEJON DEL DIABLO:

CAPÍTULO  I
Introducción

        El Callejón del Diablo es un sector con algunas construcciones modernas y muy populoso en Sanarate, se encuentra ubicado en la parte norte de la ciudad. Cuenta la leyenda que cuando principiaba a poblarse esta área de Sanarate, en noches muy oscuras y alrededor de la medianoche se escuchaba el ruido trepidante de una carroza tirada furiosamente por caballos, que hacía su recorrido de norte a sur. Los vecinos que se armaban del suficiente valor para atisbar por las rendijas de sus puertas, alcanzaban a ver que se trataba de un fuerte viento arremolinado.

        Era tal la fuerza del viento, que mecía árboles y levantaba una espesa polvareda arrancando algunas chispas del suelo con los cascos de los invisibles caballos, mientras los perros aullaban y las aves de corral aleteaban asustadas. Conforme fue aumentando el número de viviendas y de habitantes del Callejón del Diablo, fue disminuyendo la frecuencia de los recorridos de la carroza, en la cual según los vecinos era el mismísimo Satanás quien se paseaba en los alrededores. Todavía en la actualidad, en algunas noches muy oscuras, a veces inexplicablemente todos los perros se ponen a aullar como si algo o alguien les atormentara. Hay quienes aseguran que durante esas noches tenebrosas, es el diablo quien aún merodea por ese callejón.


CAPÍTULO  II
La Polémica

        Como pasa con todo asunto que aparentemente no tiene explicación racional, los sucesos que ocurren en El Callejón del Diablo han generado una polémica, aún entre los mismos residentes del lugar. Para tratar de sacar una conclusión clara, Casimiro Gudiel, aficionado e investigador de fenómenos astronómicos y metafísicos, entrevistó a dos de estos residentes que tienen puntos divergentes en el enfoque de estos sucesos. Doña Eutanasia Calderón, una anciana ama de casa, se santiguó varias veces antes de responder a las interrogantes y afirma que las apariciones del diablo se producen en la fase de luna nueva en las noches más tenebrosas. Agrega doña Eutanasia que a los incrédulos y escépticos, el diablo suele castigarlos, como en el caso de su vecino Arturo Sánchez, quien en un día de tantos resultó totalmente demente lanzando piedras a la gente y comiendo jabón.

        Los vecinos atribuyen la demencia de Arturo a que una novia que tuvo le dio a beber leche de marrana como venganza por una infidelidad, dejándolo embrutecido para siempre con este brebaje. Pero en realidad, afirma doña Eutanasia, lo que pasó fue que durante una oscura noche, Arturo en estado de ebriedad a consecuencia de unas copas de licor clandestino que se tomó con unos amigos, caminaba a avanzadas horas de la noche por el Callejón del Diablo. De repente, escuchó acercarse el tropel de la carroza tirada por los caballos negros arreados por el diablo. Por su estado de embriaguez se sintió con suficiente valor para enfrentar al diablo y a todos sus secuaces del averno y se paró a medio camino.

        En cuestión de segundos fue arrollado por la diabólica carroza, recibiendo un latigazo del diablo, y desde entonces perdió completamente la razón. También doña Eutanasia entra en otra polémica en forma parecida al enigma de: ¿Quién fue primero, el huevo o la gallina? Algunos afirman que el diablo empezó a frecuentar el callejón cuando la ciudad de Sanarate estaba recién fundada, porque muchas personas estaban entregadas al vicio del juego y la bebida. En cambio otros dicen que fue la presencia del diablo la que generó que la mayoría de los vecinos inexplicablemente empezaron a ser atraídos por los vicios.

        Para obtener otra opinión, Casimiro tuvo la oportunidad de conversar con Edgardino Dardón, un joven recién graduado del ciclo diversificado y muy aficionado a la cibernética. Refiere este joven que él desde que era un niño pequeño escuchó la historia de las cabalgatas del diablo por el callejón, por lo que cuando tuvo edad suficiente empezó a investigar el fenómeno auxiliándose con sus conocimientos básicos de física fundamental que aprendió en la escuela.

        Este joven llegó a la conclusión de que el fenómeno es algo de origen físico-meteorológico. Cuando la radiación del sol que calienta las riberas del Riachuelo Las Tunas produce aire caliente que fluye subiendo la cañada que llega al Cerrito de la Virgen. Allí ese aire caliente se mezcla con el aire frío que viene de la Sierra de las Minas, produciendo un mini-tornado que recorre el Callejón del Diablo de norte a sur, la cual es la dirección en que normalmente corre el viento en estas latitudes.

        Este inteligente estudiante explica que el aullido de los perros se debe a que estos nobles animales poseen en su cerebro un finísimo sensor barométrico que detecta los más leves cambios en la presión atmosférica. Este joven también explica que los remolinos de viento o mini-tornados producen estos ligeros cambios y los perros al sentirlos los anuncian con sus lastimeros aullidos.

        La razón del escándalo de las gallinas es porque los árboles en los que posan para dormir son sacudidos violentamente por el viento. ¿Y las chispas producidas por los cascos de los caballos que tiran de la carroza diabólica? Sencillamente son luciérnagas o cocuyos que aprovechando la densa oscuridad encienden sus luces biológicas para tratar de encontrar pareja y son arrastradas por la fuerza del remolino. Después de su detallada explicación, el joven queda inmerso de nuevo en el mundo de la cibernética a través de su computadora personal.


CAPÍTULO  III
La Cueva del Dueño de Los Cerros

        Era la hora de la pugna de la última luz del día con las primeras sombras de la noche. Era la hora del espectral crepúsculo. Adrián Rodríguez iba pasando por las últimas casas de la Aldea El Upayón en su viaje a pie hacia los cerros de la Piedra de Cal a su cacería nocturna. Durante el día había explorado los potreros encontrando estiércol fresco de venado, por lo que sabía que había bastantes posibilidades de tener éxito. Caminaba con paso acompasado con la tranquilidad de quien tiene a su disposición todo el tiempo del mundo. Después de pasar la aldea comenzó a percibir el penetrante aroma de la flor del hueledenoche, émulo de fino perfume francés, atrayendo a los insectos nocturnos expertos en polinización.

        El cazador nocturno es como el pescador con caña, el placer no está en el resultado positivo del intento; sino en el placer mismo de entregarse a su actividad. ¡Cuántos miles de pensamientos fluyen por la mente mientras se está ensimismado y los elementos de la naturaleza se integran aguzando sus sentidos! Por eso es que el olor de las flores le pareció muy puro y primitivo. Sus ojos sentían el placer de la belleza de la curva que delineaba la silueta de la cresta de los cerros, sus oídos percibían el concierto de miles de violines de los grillos que tocaban serenata a la oscura noche de luna nueva. En su piel sentía la suave caricia del fresco viento procedente de la Sierra de Las Minas, puro y saludable.

        Cruzó el cerco de alambre de púas del potrero de El Barrial, alumbrándose ya con la potente luz de su linterna eléctrica alimentada por una pila seca de 9 voltios. En ese momento recordó las palabras de su amigo y compañero de trabajo en la agricultura, don Chico Morales:

        —Cuando vayas de cacería en la noche debes de tener cuidado de no internarte mucho en el monte, porque mis abuelos me contaban del peligro que acecha por la presencia del dueño de los cerros, a quien no le gusta la cercanía de seres humanos en sus dominios—.

        —¿Y quién es ese tal dueño de los cerros?— preguntó intrigado Adrián.

        Don Chico Morales, con su mano izquierda se levantó ligeramente el sombrero, rascándose la cabeza con la derecha, respondió.

        —Bueno… algo así como un… un… ser malvado… hasta puede ser el mismo diablo.

        Ahora, ya subiendo la primera ligera pendiente de uno de los cerros, a Adrián en realidad no le provocaba mucho temor esa advertencia. Instintivamente se tocó una cruz metálica que colgaba de su cuello, la cual le había traído su esposa de su última romería a visitar el templo del Señor de Esquipulas.

        —Es para que te proteja cuando salgas en tus viajes de cacería por la noche, el señor cura le echó su agua bendita— le dijo su mujer.

        También apretó con más fuerza su escopeta calibre 12 cargada con dos cartuchos que él mismo había cargado con pólvora negra y balas de puro plomo, que fueron fundidas por el herrero especialmente para cazar venados.

        A lo lejos escuchó un ligero chasquido de las piedras calizas y dirigió la luz de su linterna en esa dirección. Al otro lado de una pequeña hondonada estaba parado un venado adulto con cuernos ramificados viendo directamente hacia él. Calculó que la distancia no era la ideal para ser certero con un disparo de su escopeta. Decidió atravesar la hondonada para acercarse a su objetivo procurando hacer el menor ruido posible y teniendo cuidado de donde pisaba, pues por la noche las piedras calizas liberan el calor del sol que absorben en el día, situación que es aprovechada por las serpientes de cascabel para calentarse.

        Cuando llegó al otro lado, ahí estaba todavía el venado viendo hacia la luz con curiosidad, pero en ese momento dio unos cuantos saltos poniéndose nuevamente a una distancia poco recomendable para hacer el disparo. Esto se repitió varias veces, en cuanto Adrián acortaba la distancia, el venado la alargaba, hasta que el cazador se dio cuenta de que se había internado ya bastante en el monte y le empezaron a invadir inquietudes al recordar los consejos que le habían dado. Justo en ese momento, cazador y presa llegaron a un pequeño peñasco, al pie del cual estaba una cueva y en ella el venado se internó. Ante esto, Adrián adoptó la actitud de esperar con paciencia, acechando, esperando todo el tiempo que fuera necesario hasta que el venado decidiera salir.

        —Tiene que darle hambre o sed y al fin saldrá— pensó.

        Se sentó sobre una piedra de regular tamaño, viendo directamente hacia la cueva y comenzaron a pasar los minutos que se convirtieron en horas. Siendo ya alrededor de la medianoche, una noche muy oscura como son las de luna nueva, notó que el canto de los grillos había cesado, ya no se escuchaba el gorjeo de los tapacaminos, las estrellas de brillante amarillo con su fondo de terciopelo negro parecían más cercanas, se podían percibir a plenitud los sonidos del silencio. Las Pléyades titilaban con alegría como celebrando el convite de trillones de estrellas en la bóveda celestial. Adrián observó con claridad meridiana a las nebulosas de Orión y El Aguila recostadas sobre el regazo de la constelación de Sagitario. La cueva irradiaba una tenue luz naranja. Su cuerpo se hizo sensible al movimiento cinemático perpetuo. Un rapto en estado puro. En la cruz metálica pendiente de su pecho se reflejó un fugaz fuego de San Telmo.

        Al siguiente día, doña Ticha se levantó bostezando a cocer el maíz para preparar las tortillas, alimento diario de su familia, pensando si Adrián había logrado cazar algo para preparar para el almuerzo y con esto variar su dieta cotidiana de frijoles.

        —¡¡Ni visto ni oído, lo único que falta es que se haya quedado en la cantina chupando con sus amigotes!!— Exclamó con enojo doña Ticha, enojo que se fue tornando en preocupación.

        A las diez de la mañana ya estaba reunido un grupo de parientes y amigos preparándose para ir a rastrear los cerros en busca de Adrián. Al mediodía lo localizaron muerto, sobre una piedra, sentado en una perfecta postura de flor de loto, con los ojos abiertos y esgrimiendo fuertemente su escopeta. Su rostro no denotaba signos de miedo, dolor o sufrimiento. Todo lo contrario, sus rasgos faciales registraban una paz infinita y hasta una enigmática sonrisa. El forense dictaminó que falleció por un colapso cardiaco.


CAPÍTULO  IV
La Figura Geométrica y el Agujero de Gusano

        La noticia se propagó rápidamente ese mismo día en que encontraron el cadáver de Adrián Rodríguez. Casimiro Gudiel se enteró esa tarde. Aficionado como era a la investigación de hechos metafísicos y paranormales, esto le intrigó mucho más que los sucesos que suelen ocurrir en El Callejón del Diablo, puesto que involucraba el fallecimiento de una persona común. Decidió investigar profundamente todos los factores que pudieron haber provocado tan lamentable acontecimiento. Para realizar su investigación contaba con muy pocos recursos que incluían una libreta de notas, una lámpara de mano y un telescopio portátil que compró en el “flea market” de San José, California, cuando estuvo trabajando en Estados Unidos.

        Decidió ir a la cueva al día siguiente, después del entierro de Adrián que se realizaría por la mañana. Al mediodía emprendió la marcha hacia los cerros de La Piedra de Cal en dirección a donde habían encontrado al muerto, acompañado por su perro cachorro de raza desconocida. Cuando se acercaba a su destino, el perro se detuvo en seco y aguzando las orejas, gruñía mirando hacia la cueva. Ya no pudo hacer que el perro siguiera acompañándolo, por mucho que lo intentó. Enseguida, optó por continuar solo el último trecho hacia la cueva, la cual estaba disimulada, con la entrada casi completamente oculta por la maleza y algunos helechos que colgaban de la peña.

        Se sintió sobrecogido en el umbral, escuchando los chillidos de protesta de los murciélagos al sentir que su sueño era interrumpido. Pensó en internarse solamente unos metros, no sólo por el temor a lo desconocido, sino porque padecía de cierto grado de claustrofobia. Encendió su linterna de mano y para su asombro vio en una de las paredes unos glifos con signos ideográficos primitivos. Observándolos con muchísimo interés, consideró casi imposible poder descifrarlos; sin embargo al lado de cada fila de signos había una figura geométrica que destacaba sobre todo lo demás. Pero lo que más lo sorprendió fue un dibujo en el que estaban representados los tres cerros místicos de Sanarate: El Cerro Chino, El Cerro de La Palma y El Cerro del Güistomate.

        La figura geométrica consistía en tres líneas rectas uniendo los tres cerros, formando un triángulo 39 36 15 descrito así en el teorema de Pitágoras: “La superficie del cuadrado construido sobre la hipotenusa es equivalente a la suma de las superficies de los cuadrados construidos sobre los catetos”. Aún más curioso y significativo, geográficamente este cuadrado construído sobre la hipotenusa se ubica en la Zona 2 de Sanarate, exactamente en El Callejón del Diablo. Y todavía más curioso, al trazar una triangulación originada en los tres vértices, se marca exactamente la ubicación de las coordenadas que localizan a La Cueva del Dueño de los Cerros.

        Observó que habían muchos más signos y dibujos, estaba fascinado pues más al fondo encontró una especie de mapa sideral que señalaba a la cueva del dueño de los cerros como un “respiradero” de un largo agujero de gusano. Este agujero principia en el territorio de la Península de Yucatán en México cruzando el mapa de Guatemala de Oeste a Nor-Este, internándose en el Océano Atlántico, y al viajar dentro del mismo puede dirigirse hacia el pasado, hacia el futuro o quedar estancado en el tiempo.

        Esto lo asoció al recordar la historia de un sanarateco que ingresó a la cueva y se internó recorriendo una larga distancia; pero al llegar a un punto en donde había una pendiente vertical ya no pudo continuar, puesto que habría necesitado equipo especial de andinismo para escalar. Regresó, salió de la cueva y contaba ufano su aventura. A los pocos años, algo sumamente extraño comenzó a ocurrir: Todas las personas envejecían normalmente, menos él. Mientras algunos encanecían y empezaban a quedarse calvos, este sujeto seguía exactamente en la edad con la que había entrado en la cueva. A pesar que ya habían pasado más de 20 años desde que visitó la cueva, él todavía continuaba con la lozanía de 23 años cuando ya iba acercándose a los 50. Empezó a ser objeto de la curiosidad de la gente y él se asustó pensando en qué iba a hacer con su vida eterna. Finalmente se fue para Estados Unidos huyendo de sí mismo.

        Los ladridos del perro sacaron de su ensimismamiento a Casimiro y muy sorprendido notó que estaba poniéndose el sol. Recogió apresuradamente sus objetos y corrió para su casa a meditar profundamente acerca de sus descubrimientos.


CAPÍTULO  V 
La Curva del Diablo

        En el kilómetro 162 de la carretera CA-9 Ruta al Atlántico, hay una cueva en una peña. En el año de 1958 cuando la compañía constructora norteamericana Nello L. Teer abría la brecha para construir la carretera al Atlántico, dinamitaron un cerro cerca de la aldea Cayuga. Cuando una parte del cerro fue derribada, quedó a la vista una cueva, la cual quisieron explorar algunos trabajadores de la empresa. Sin embargo poco pudieron recorrer dentro de esta cueva debido a los muchos nacimientos de agua que formaban pozas profundas inexpugnables para cualquier persona. Un anciano de la aldea comentó: “Ya le tentaron las barbas al diablo”.

        Cuando terminó la construcción de la carretera empezaron a producirse violentos accidentes de tránsito en una curva que está a unos cien metros de la cueva. En un principio los topógrafos pensaron que esta curva tenía un error de diseño al no haber calculado bien el peralte de contención de gravedad. Este peralte es el que evita que los vehículos sean sacados de la carretera por la fuerza centrífuga que genera el movimiento sobre las curvas. Llegaron a investigar los ingenieros que diseñaron el trazo de la curva; sin embargo todo estaba perfectamente bien calculado. Los accidentes aún siguen sucediendo, de tal forma que el lugar está marcado por gran cantidad de cruces que recuerdan a los fallecidos. Los habitantes de Cayuga están seguros que todo se debe al enojo del diablo por haberle dejado descubierta la cueva por donde suele transitar.


CAPÍTULO  VI
Epílogo

        Cuando se enteró de estos hechos acaecidos muchos años antes, Casimiro Gudiel llegó a platicar con los habitantes de Cayuga y todos coinciden en que los accidentes siempre ocurren en noches muy oscuras en las cuales se escucha los aullidos de los perros que detectan la presencia del diablo.

        Luego, Casimiro volvió a Sanarate a revisar sus apuntes que había tomado en la cueva del dueño de los cerros. Le intrigó que siempre los acontecimientos se desatan en noches oscuras de luna nueva. Con la ayuda de su telescopio observó que en el momento en que estos hechos ocurren se forma una extraña conjunción estelar entre constelaciones y nebulosas que activan una singular energía oscura que genera vibraciones negativas coincidiendo con la longitud de onda que emite el color negro.

        Pero la conclusión más fascinante a la que llegó con los dibujos encontrados en la cueva es que el agujero de gusano que pasa por los cerros de La Piedra de Cal en Sanarate, se origina en otra figura geométrica conocida mundialmente como El Triángulo de las Bermudas.


F I N

EL DUENDE: 

Es un singular espanto que camina con los pies volteados emitiendo un chillido aterrador.

Se dedica a fastidiar las familias de los campesinos hasta que los desespera y los hace emigrar hacia las ciudades.

La mayoría de veces se dedican a cambiar las cosas de su lugar o esconderlas. El duende habita en cuevas ubicadas en barrancos, en donde acostumbra esconder a los niños para hacerles comer excremento de caballo o enloquecerlos.

Por las noches se dedica a tirar piedras a los techos de la casas, a perseguir a las muchachas en edad de tener novio, a hacerle trenzas a los caballo o a tocar guitarra. Precisamente una de las maneras de ahuyentarlo es colocándole una guitarra destemplada a media noche y así dejará en paz a la familia.
 
Dice la Leyenda que el duende es un ángel expulsado del cielo debido a su envidia hacia Dios, y fue condenado a vagar por los campos asustando a las personas.

Cuentan que "a las jovencitas que tienen novio y cuando éste está de visita, las fastidian con órdenes o secretos malignos al oído, que el pobre joven se indigna y termina por no volver a ver a su adorada.

Si no está presente el muchacho o pretendiente, las perturban en la casa con órdenes y consejos, hasta que las enajenan para que no se verifique el matrimonio. Durante el sueño, estos espíritus les ocasionan pesadillas, las llaman a un lugar conocido, hasta que las tornan sonámbulas.

Así han encontrado varias vagando lejos de su residencia, que van o vienen por determinado sitio, sin darse cuenta ellas de tal acto. Hasta que alguno de la familia o conocido la encuentra en estado de subconsciencia."


LOS CADEJOS: 
Según la leyenda existen dos cadejos, uno blanco y otro negro, y simbolizan el bien y el mal respectivamente. El blanco es guardián, y el negro es fiero y peligroso.

El cadejo es el espíritu que cuida a los borrachos durante la noche, sobre todo a aquellos que apenas pueden mantenerse en pie. Si el borracho tiene la suerte de ver aparecer al cadejo blando, el bueno, éste permanecerá a su lado protegiéndole. Pero se dice que si el cadejo lame al borracho le hará compañía durante días, y será difícil librarse de él. Al menos, durante las siguientes borracheras el cadejo blanco evitará que el negro se le acerque.

Hay versiones que dicen que en realidad el cadejo blanco cuida de la familia, mujer e hijos, cuando el marido se encuentra fuera de la casa.

El cadejo negro es el que siempre va detrás de los hombres que han bebido demasiado. Hay quien dice que antes el cadejo había sido humano, pero algún maleficio le condenó a vagar de esa manera hasta el final de los tiempos. No se han conocido historias de ataques relacionadas con estos entes.


Lo que más prevalece sin duda, es el sentido protector del cadejo. Es el vestigio de una antigua creencia que supone que todo humano posee un animal de compañía. Este animal es el doble del hombre, de tal manera que la enfermedad o la muerte del primero conllevan la enfermedad o la muerte del segundo.

 "Ven temprano le decía Juan a su padre que por sus largas borracheras no paraba en su casa ni de día, ni de noche. A lo cual contestaba este “hijo de Dios en mi casa cuídame tu a mi familia, madre que te engendró y padre respeto por Dios quiero yo”. Aburrido de estas palabras que a diario escuchaba, decidió darle un escarmiento, consiguió un cuero negro, varias cadenas de perro y se escondió a su espera. Como siempre y de madrugada apareció su padre con tremenda borrachera, aprovechó Juan y poniéndose el cuero y sonando las cadenas quiso darle una lección. “Por asustarme y contradecirme “cadejos” quedarás y a todos los borrachos del mundo en sus necesidades ayudarás". 


LA PALOMA TORCAZ: 

Había una vez un guerrero valiente y apuesto.

Amaba la caza y así, con frecuencia, iba por los bosques persiguiendo animales. En una de sus cacerías llegó junto a un lago y, lleno de asombro, contempló a una mujer bellísima que bogaba en una canoa. El guerrero quedó tan enamorado que, muchas veces, volvió al lugar con el ánimo de verla pero fue inútil, pues, ante sus ojos, sólo brillaron las aguas del lago. Entonces pidió consejo a una hechicera, la cual le dijo:

No la verás nunca más, a menos que aceptes convertirte en palomo.

¡Sólo quiero verla otra vez!

Si te vuelves palomo jamás recuperarás tu forma humana.

¡Sólo quiero volverla a ver!

Si así lo deseas, hágase tu voluntad.


Y la hechicera le clavó en el cuello una espina y en el acto el joven se convirtió en palomo. Este levantó el vuelo y fue al lago y se posó en una rama y al poco rato vio a la mujer y, sin poderse contener, se echó a sus pies y le hizo mil arrumacos. Entonces la mujer lo tomó entre sus manos y, al acariciarlo, le quitó la espina que tenía clavada en el cuello. ¡Nunca lo hubiera hecho, pues el palomo inclinó la cabeza y cayó muerto! Al ver esto, la mujer, desesperada, se hundió en el cuello la misma espina y se convirtió en paloma. Y desde aquel día llora la muerte de su palomo.


EL HOMBRE QUE VENDIÓ SU ALMA: 

Cierta vez un hombre bueno pero infeliz decidió salir de apuros vendiendo su alma al diablo.

Invocó a Kizín y cuando los tuvo delante le dijo lo que quería. A Kizín le agradó la idea de llevarse el alma de un hombre bueno.

A cambio de su alma el hombre pidió siete cosas una para cada día. Para el primer día quiso dinero y en seguida se vio con los bolsillos llenos de oro. Para el segundo quiso salud y la tuvo perfecta. Para el tercero quiso comida y comió hasta reventar. Para el cuarto quiso mujeres y lo rodearon las más hermosas. Para el quinto quiso poder y vivió como un cacique. Para el sexto quiso viajar y, en un abrir y cerrar de ojos, estuvo en mil lugares.

Kizín le dijo entonces:

Ahora ¿qué quieres? Piensa en que es el último día.

Ahora sólo quiero satisfacer un capricho.

Dímelo y te lo concederé.

Quiero que laves estos frijolitos negros que tengo, hasta que se vuelvan blancos.

Eso es fácil dijo Kizín.

Y se puso a lavarlos, pero como no se blanqueaban, pensó: "Este hombre me ha engañado y perdí un alma. Para que esto no me vuelva a suceder, de hoy en adelante habrá frijoles negros, blancos, amarillos y rojos".
EL CANTO DE LA FLOR DEL AMATE (Guastatoya):

De tal manera que en El Progreso-Guastatoya don Domingo Castillo, "contador de maravillas", de la aldea Casas Viejas, narra el cuento "El Canto de la Flor del Amate", muy difundido y vigente en todo el departamento. Asegura don Domingo Castillo que ese palo es encantado y nunca da flor, pero cuando le entra el encanto si florece. "El encanto sólo se abre la noche de la víspera del Día de San Juan y es necesario que haya luna llena. El hombre o la mujer deben llegar al pie del árbol a las doce de la noche para que les caiga el encanto". Y si al Encanto del Árbol le cae bien la gente, les deja caer una flor y con ello los vuelve "suertudos en el amor y con mucho dinero".







EL SISIMITE:

Según narra la leyenda, El Sisimite, también conocido como Itacayo es un monstruo muy parecido al temible Pie Grande de Los Estados Unidos, y al Yeti del Tibet tanto en apariencia como en sus misteriosos avistamientos.

El Sisimite es una especie de mono, o monstruo, de largo pelaje, gran altura y mucha fuerza que habita en las cuevas que están en lo profundo e inaccesible del bosque, se alimenta de frutas y vaga libremente por las montañas más altas.
Se dice que los Sisimites bajaban de las montañas a lugares más transitados del bosque en busca de mujeres, a las que secuestraban y se las llevaban a sus cuevas, naciendo de esta unión una especie de hombres mono, una de las características del sisimite es que los pies los tiene al revés lo que creaba un efecto en sus huellas que simulaban que ya  había pasado por allí cuando en realidad estaba cerca.
El momento que aprovecha para efectuar la caza de las jóvenes es cuando se recoge el maíz de las milpas (cultivos de maíz). Valiéndose de que el maíz es muy alto se camufla y a gran velocidad y con gran destreza se lleva a su víctima a su cueva que no es de fácil acceso si es que se le encuentra.
 
Tiene gran fuerza y hace fuertes gruñidos como un mono aullador. Una vez que tiene a la joven se dice que la tiene para que le tenga sus hijos, embaraza a las jóvenes dando así a luz a una criatura mitad humano mitad bestia.
 
Se conoce todo esto pues que se sepa solamente una mujer logró escapar de las garras del Sisimite aunque esto le costó perder los engendros que había dado a luz con el grotesco ser.
Muchos pobladores aún comentan con admiración la asombrosa historia de una mujer que logró escapar de la cueva donde la tenía secuestrada el Sisimite, se dice que el monstruo al darse cuenta del escape persiguió a la mujer con los tres hijos de ambos pero ella no se detuvo y cruzó el rio, del otro lado se detuvo un instante y vio como el Sisimite enojado porque no regreso tiró los niños al rio y se ahogaron.
Al Sisimite se le asocia al Dios Chac de la Cultura Maya y los pobladores aseguraban que en el interior de las cuevas están grabadas las manos y huellas que dejaron los sisimites.




LA LEYENDA DEL JILGUERILLO

Cuenta la leyenda que hace cientos de años una tribu indígena se estableció en la zona Atlántica de nuestras tierras. Entre ellos había un guerrero muy cruel llamado Batsu.

 Un buen día Batsu decidió buscar esposa y escogió a Jilgue, una hermosa joven que acostumbraba pasear por el bosque cantando como un pajarillo.

Cuando Jilgue se enteró de las intenciones de Batsu huyó a esconderse en el bosque.

Batsu estalló en cólera cuando supo que la joven había desaparecido y mandó a sus guerreros a buscarla. Al poco andar escucharon el canto de Jilgue. Pero cada vez que se acercaban al sitio de dónde venía el canto, Jilgue había desapareció. Entonces Batsu mandó a quemar el bosque. Cuando las llamas comenzaban a levantarse le gritó a Jilgue que si salía podía salvarse.


Ella le respondió que prefería la muerte. El fuego se hacía cada vez más fuerte. De pronto vieron como Jilgue cayó al cuelo u agonizó. Pero un pajarillo color ceniza, con el pico y las patas rojas, comenzó a cantar sobre sus cabezas. No era el canto de un pájaro, era la voz de Jilgue, que desde entonces se sigue escuchando en el canto de los jilgueros que hoy pueblan los bosques de nuestras tierras.